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     Apenas quedaba nada en Munlad. Desde aquel día en que aparecieron las luces en el cielo, nada había vuelto a ser igual. El agua se secó en los ríos y afluentes, y el mar se retrajo rápidamente, dejando paso a un terrero poco firme y peligroso.

El suelo empezó a llenarse de hojas secas. Las flores se marchitaban en sus ramas y las frutas caían al suelo a medio descomponer. 

Todo ser que habitaba el planeta emigró en busca de otros lares donde poder alimentarse. Una desesperada búsqueda hacia algún lugar donde sobrevivir. Sin embargo, nadie estaba preparado para aceptar la verdad. 

No había superficie en Munlad ajena a aquel mal. 

El planeta había muerto. 

  Y pronto ellos lo harían también.

***

         Entre todas aquellas especies que cohabitaban el planeta, los Nan eran de los más pequeños. Habían aprendido a pasar desapercibidos, sobreviviendo así el paso de los siglos. Pero su necesidad de no ser vistos no era por miedo a ser cazados o comidos; pues no eran ni de lejos una exquisitez en la cocina munladiana. Si no que gracias a su pequeño tamaño se colaban fácilmente en cestas, bolsas y bolsillos. Y de esta manera conseguían el sustento que su diminuto cuerpo les pedía. En resumen, los Nan eran conocidos por ser unos ladronzuelos sin mácula alguna. 

Mila era una huérfana de Nan. Se había extraviado de los suyos hacía mucho tiempo y justo se hallaba en el bolsillo de un Grendal cuando aparecieron aquellas luces en el cielo. 

El día en que el agua del pozo se secó, el Grendal, junto a su familia, emigró hacia el norte en busca de un lugar más próspero. Y Mila aun dentro de aquel bolsillo fue con ellos hacia el Valle de Freden. 

Todo aquel que se encontraban por el camino tenía el semblante preocupado. La familia intercambiaba algunas palabras y gruñidos con los otros nómadas. Descubrieron que más al este, cerca del Límite, las montañas habían despertado enfurecidas y un espeso río de fuego lamía los bosques de árboles secos que prendían rápidamente. El cielo pasó a ser grisáceo. El pronóstico no era bueno.

      Cuando llegaron al Valle de Freden todo parecía perdido.

***

      Entonces, una noche, ellos aparecieron.

Bajaron del cielo, lenta y silenciosamente, dentro de unas grandes cajas relucientes. Su exterior brillaba como el filo de un cuchillo devolviendo el brillo de las pocas antorchas que quedaban encendidas. 

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Los Viajeros del Cielo salieron de sus cápsulas y se acercaron a aquellos que los observaban asustados. Levantaron los brazos en son de paz y explicaron la razón de su llegada a Munlad. Los Viajeros del Cielo hablaron con voz calmada, usando los traductores de sus trajes para hacerse entender.

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–Habitantes de Munlad-X-009, desde hace unos años la ambición y la codicia han causado la destrucción de cientos de planetas, provocando así la muerte de miles de habitantes en la galaxia. Y vuestro planeta, por desgracia, ha sido un daño colateral –dijo uno de ellos–. Provenimos de Qham e intentamos mitigar, de alguna manera, el mal que ha provocado la sed de poder. Se nos envía con la intención de sacar del planeta al máximo de habitantes posibles. –Su mirada se dirigía a la gente del valle a través del cristal del casco que llevaba– Sin embargo, no disponemos del tiempo suficiente para evacuar a todo el planeta.

Un grito ahogado rompió el silencio y pronto se dieron cuenta, horrorizados, que en aquellas naves no habría espacio para todos ellos. 

Los Viajeros del Cielo alzaron los brazos, buscando silencio. Volvió a hablar el mismo enviado usando de nuevo el traductor que tenía conectado al cuello del traje:

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–Sin embargo, hay una oportunidad de salvar a los más jóvenes. 

***

      En el mismo instante en que las naves empezaron a descender, Mila se había asomado de entre la tela del cesto en el que dormitaba. Escuchó muy atenta las palabras del Viajero y supo que ella no iba a quedarse atrás. Quizá no tuviera una familia de la cual despedirse, quizá fuera la única Nan que quedara sobre la faz de Munlad, pues no había visto a nadie de su clan desde que estaba en el Valle de Freden. Pero no iba a quedarse ahí. Así que con el sigilo que la caracterizaba salió del cesto y se dirigió hacia los recién llegados.

***

      Los padres se abrazaban a sus hijos, les agarraban la cara en un intento de poder retenerlos más tiempo junto a ellos. Sonreían aunque la desesperación los invadía por dentro. 

Los niños en cambio lloraban desconsolados, tremendamente conscientes del final que les esperaba a los que se quedaban en tierra.

Los niños fueron entrando en las naves, escoltados por los Viajeros del Cielo. El último en entrar fue el hijo del Grendal. Sus padres lo abrazaron por última vez y le dejaron marchar. 

Las puertas se cerraron y así se selló el destino de todos ellos.

***

      Mila, mientras se acomodaba detrás de un tubo de refrigeración de la nave, inició la cuenta atrás en voz baja emocionada.